En
una noche oscura la vida paseaba feliz, brincando de lado a lado cantando lo
primero que se le pasaba por la mente, distraída mirando los tulipanes
germinar, a los animales brindarse amor, a los humanos amar, sintiendo el canto
de las aves, el baile de las faldas del mar, cuando halló un borde que separaba
el abismo del mar y la tierra, era perfecto para ver el sol morir y a la luna
nacer, era ideal para ver el beso de los astros en la belleza del atardecer, la
vida llena de dudas suspiraba preguntándose a sí misma: ¿Qué me falta para
completar mi felicidad? ¿Qué necesito para sentir mi mundo en equilibrio? ¿Será
que la soledad está destinada a ser mi compañera? Y en sus dudas notó un fallo
en la naturaleza... las criaturas sentían odio entre ellas cada cierto tiempo,
se herían mortalmente pero no morían, la agonía brillaba en la escena y la vida
no sabía qué hacer.
Una sensación de desesperación la invadía, sus labios empezaron a llorar, el carmesí de su ser por primera vez, sus nervios gritaban "presente" y su cuerpo empezó a temblar, sus ojos regaban sus mejillas y su quebranto ahogaba su rota voz mientras gritaba —detengan esta masacre por favor!—
El peso de su cuerpo la venció dejándola ganuflexa sobre la inmarcesible flor que lloraba a su lado.
Por esos lugares vagaba una silueta con harapos oscuros y garras escogiendo un cuerpo donde puedan bailar sus delgados dedos. La vida miraba confundida al extraño ser, no parecía haber sido creado por ella, más confundía su mente lo que venía detrás de él, ella lloraba bajo el arrebol, él se acercaba dejando a su espalda huellas negras y esqueléticas, dejando tras él un manto totalmente vacío y lleno de estrellas, pero la Luna brillaba más.
La vida solo lo miraba olvidando momentáneamente la cadena de ataques letales pero no mortales de los animales, ella quería saber por qué ese ser producía frío en cada paso, mas despertó su intriga al ver que al tocar un ciervo, este durmió y dejo de respirar, al tocar un árbol éste se cayó por pedazos, notó que cada huella dejaba árido el camino ya recorrido, la muerte y la vida conectaron miradas y nació un sentimiento muerto, un amor sin latencia, un deseo de estar juntos sin ver la existencia de posibilidades, eran tanta la belleza de la vida, eran tan vacíos los ojos de la muerte que hasta el mundo les regaló una reverencia, un eclipse para demostrar el respeto frente a la inminencia de su amor.
¿Cómo brindas descanso a todo lo que tocas? ¿Es eterno o temporal? ¿Les causas dolor? Preguntó la vida con ansias de respuestas.
Todo ser vivo tiene derecho a descansar, toda luz brilla gracias a la oscuridad. Todo principio merece un final, desde una hormiga hasta un recién nacido, no se vive para siempre pues sería agotador, existe la maldad que llega gracias a ti vida y yo me encargo de darle su último respiro.
La muerte recogió un par de lirios azules, dos claveles y tres tulipanes formando un ramo carente de vida como obsequio para la madre de los alumbramientos, sus cuencas vacías eran regadas por gotas negras dejando un velo oscuro sobre la ósea estructura de la parca, "lo siento" dijo la muerte viendo su ramo sin luz, la vida sonriente lo tomó el inerte ramo con una angelical y radiante sonrisa demostrando al señor del sueño sempiterno el milagro de la resurrección, el ramo marchito recuperó color, recobró la belleza y el aroma característicos de su especie.
"Gracias", respondió la vida, mientras miraba que en las oscuras cuencas de la muerte una burbuja de color fuego se dibujaba las mismas, extendió su mano en dirección a un lobo cuyo cuello tenía un tajo, del cual salía una catarata del elixir carmesí y lo colocó frente a la parca.
Te regalo a mi hijo, abrázalo y dale paz por favor -dijo la vida-.
La muerte lo abrazó con todo su amor y el agonizante lobo pudo dormir con una sonrisa dibujada en su hocico.
Una sensación de desesperación la invadía, sus labios empezaron a llorar, el carmesí de su ser por primera vez, sus nervios gritaban "presente" y su cuerpo empezó a temblar, sus ojos regaban sus mejillas y su quebranto ahogaba su rota voz mientras gritaba —detengan esta masacre por favor!—
El peso de su cuerpo la venció dejándola ganuflexa sobre la inmarcesible flor que lloraba a su lado.
Por esos lugares vagaba una silueta con harapos oscuros y garras escogiendo un cuerpo donde puedan bailar sus delgados dedos. La vida miraba confundida al extraño ser, no parecía haber sido creado por ella, más confundía su mente lo que venía detrás de él, ella lloraba bajo el arrebol, él se acercaba dejando a su espalda huellas negras y esqueléticas, dejando tras él un manto totalmente vacío y lleno de estrellas, pero la Luna brillaba más.
La vida solo lo miraba olvidando momentáneamente la cadena de ataques letales pero no mortales de los animales, ella quería saber por qué ese ser producía frío en cada paso, mas despertó su intriga al ver que al tocar un ciervo, este durmió y dejo de respirar, al tocar un árbol éste se cayó por pedazos, notó que cada huella dejaba árido el camino ya recorrido, la muerte y la vida conectaron miradas y nació un sentimiento muerto, un amor sin latencia, un deseo de estar juntos sin ver la existencia de posibilidades, eran tanta la belleza de la vida, eran tan vacíos los ojos de la muerte que hasta el mundo les regaló una reverencia, un eclipse para demostrar el respeto frente a la inminencia de su amor.
¿Cómo brindas descanso a todo lo que tocas? ¿Es eterno o temporal? ¿Les causas dolor? Preguntó la vida con ansias de respuestas.
Todo ser vivo tiene derecho a descansar, toda luz brilla gracias a la oscuridad. Todo principio merece un final, desde una hormiga hasta un recién nacido, no se vive para siempre pues sería agotador, existe la maldad que llega gracias a ti vida y yo me encargo de darle su último respiro.
La muerte recogió un par de lirios azules, dos claveles y tres tulipanes formando un ramo carente de vida como obsequio para la madre de los alumbramientos, sus cuencas vacías eran regadas por gotas negras dejando un velo oscuro sobre la ósea estructura de la parca, "lo siento" dijo la muerte viendo su ramo sin luz, la vida sonriente lo tomó el inerte ramo con una angelical y radiante sonrisa demostrando al señor del sueño sempiterno el milagro de la resurrección, el ramo marchito recuperó color, recobró la belleza y el aroma característicos de su especie.
"Gracias", respondió la vida, mientras miraba que en las oscuras cuencas de la muerte una burbuja de color fuego se dibujaba las mismas, extendió su mano en dirección a un lobo cuyo cuello tenía un tajo, del cual salía una catarata del elixir carmesí y lo colocó frente a la parca.
Te regalo a mi hijo, abrázalo y dale paz por favor -dijo la vida-.
La muerte lo abrazó con todo su amor y el agonizante lobo pudo dormir con una sonrisa dibujada en su hocico.
Desde ese día se encuentran unidos por su amor, pero
distanciados físicamente, la muerte con su demente calor abraza los hijos que
la vida le regala para guardarlos en algún lugar más allá del conocimiento
humano y se besan a través de las manos del tiempo. El infinito se halla
después del beso del mensajero del descanso, pues en las palmas de la vida todo
es efímero, su amor es como el mangata de la noche, siempre se repite como el
nacimiento del paso final.
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