En algún lugar del infinito su
impoluto espíritu buscaba con ímpetu el alma de la dama que su sola mirada sus
sueños robó, preguntando a los astros y estrellas si algún vestigio de su musa
se hallaba, quizá su silueta, sus labios carmesí, su cantarina voz, el caoba de
sus ojos o el castaño tono de sus cabellos, algo buscaba hallar, era vasallo de
su reina cuya sonrisa jamás podrá olvidar y así pasaban horas, días, semanas,
meses, años y décadas mientras erraba Oskari, su infausto corazón estaba
atiborrado de soledad, colmado de la sensación de abandono, sus harapos se
disipaban al segundo como cada lágrima que en el limbo caía, su brillo
reflejaba una gota de albor que iluminaba las tinieblas despertando a los
demonios que ahí residían con hambre de esperanza y anhelo, pobre Oskari
envuelto de peligros y maldades, acicalado con los mantos de la melancolía, sin
libre albedrío para abandonar su agonía. Oskari corría y corría exasperado para
hallar a su cónyuge, sin dejar de sobrevivir a las estocadas que le propinaban
los demonios hambrientos de amor y anhelo. Hasta que se cansó, entre llantos se
arrodilló sólo para preguntarse a sí mismo:
¿Por qué no la veo?
¿Por qué no la escucho?
Si luché contra Dios para no
arder en el infierno por el pecado del suicidio y pude escapar del diablo para
no arder ante sus llamas.
¿Será que me olvidó?
¿Será que en el paraíso hay otro
hombre por el cuál su corazón me deserta?
Ya no puedo más, dijo
mientras se ahogaba en su quebranto… de pronto unos labios besan los suyos y Oskari
despierta: ¡Lumi! Por favor jamás olvides esto: ¡TE AMO ! Y el alma de
Oskari al ostracismo emigró.
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