En esta sempiterna noche, mi velero se dirige a las faldas de la luna,
donde la mangata inicia y las aves me cantan serenata, la misma con las que
bailan mis fantasmas del ayer, inefable suceso, pero posible de describir y
ver. Las olas bailan al son de la brisa y la brisa besa la infinidad del
mar «definición de mujer».
Los suspiros se presentan en el crepúsculo, brindando el aliento a mis memorias, mi nave fue el sendero del famoso, cubierto por una alfombra escarlata a causa de una pugna de bandos y anhelo del mañana, el mismo que para ellos «jamás llegó».
En la primavera de este relato abundaba el aliento y el espíritu aventurero de la tripulación que en la embarcación se hallaba en aquella bella época, el meollo del quebranto se viste de gala, cubre las alas que me permitían volar, extraño las voces de mis camaradas, la luna rebosante en sus corazones llenos de júbilo.
Si miro hacia el norte, consigo atisbar el infinito horizonte, pero en el ya no estás.
Si miro al sur recuerdo mis huellas y los ríos carmesí, recuerdo el sonido que hacían las hojas de plata al chocar, el beso de las hojas cuyo origen se escudaba tras la avaricia y el anhelo de un mañana en común.
Miro al este y deseo estés a mi vera, el alba se hace nada si no lo veo en tu pestañeo al despertar, de que vale saber en qué creo, si lo único que veo es tu ausente silueta y no existe trago que me ayude a pasar el nudo en mi garganta, el mismo que desiste en responder a «tu último adiós».
Si miro al oeste me veo a mí, en un velero solitario recordando lo que viví, bebiendo litros de ron y exhortando a Poseidón, que los traiga de regreso o me regale la muerte a modo de absolución, pero en el reflejo de la mar veo mi sueño hacerse real.
Fuese un día de otoño, fuese un día de invierno o primavera, sin importar que sublime vea mi perfidia a la vida, cuando pensé en ser uno con el infinito mar, me apoyé en el borde y mis ojos danzaban en el vaivén de las olas y de repente la nada. Todo cesó, el mundo me regaló una pausa al parecer, el aura que acariciaba al océano y a mí se fue y el mar quedó en calma, sentí mi alma en paz mas, la imágen que vi en el mar, cambió radicalmente la expresión de mi faz.
Númen de mis letras, te veo a mi vera, siento a tu aliento en mi cuello, mis mejillas palpan tus besos, mis manos sienten las tuyas y mi cuerpo se estremece, más me aterra girar, en mi alma se construye el puente al corazón que brinda esperanza con un «te amo» el mismo que hace mucho quise escuchar de tus labios.
Cuando giré no había nada, tu silueta se desvaneció, el calor de tu cuerpo se fue, pero se quedó tu memoria, el último Tulipán hecho frase.
Pasaron seis atardeceres y la kenopsia me consumía, ver el velero vacío me causaba dolor, remordimiento e ira, no pude proteger a quienes tanto quería y la peor condena ha sido sobrevivir en el exilio, en la tierra o en el mar los recuerdo, paradoja maldita que me hunde en lo incierto, sentir mi cuerpo vivo y por dentro estar muerto.
Me dispuse a buscarte y conversar con tu recuerdo en el espejo marino, pero me dejó anonadado la serendipia, fui en busca de mi musa y encontré a los caídos con los que compartí vivencias y conquistas, sus sonrisas viendo mi ser me llenaron de júbilo, la talara que me ahogaba cesó, mi dolor pasó a segundo plano, mientras el rocío que de mis ojos germinaba, dibujaba un brillante camino dejando huellas en mi rostro, les expuse mi sentir, la culpa que me consumía, cual mariposa absorbiendo el polen de una flor, les suplique me perdonen los pecados cometidos y su respuesta provocó en mí, la kairoesclerosis y mi psicosis halló la calma.
Pude cantar con mis amigos y mi musa cuya ausencia era presencial mas su esencia parcial la sentía conmigo, entendí que tengo las puertas que brindan calma a los difuntos.
Soy el recuerdo de los olvidados.
Soy el grito de los silenciados, pues los nudos que atan sus memorias son parte de la historia ya vivida, viajo en el velero con el horizonte delante y la ventana del ayer bajo mis pies.
Pasan las estaciones y yo sigo aquí, recorriendo el mundo en la nave donde nací y donde pienso unirme a mi familia cruzando la puerta cuando sea mi momento, en estas hojas escribo los capítulos de mi vida, esperando cenar con la calma cuyo vestido negro la cubre de esta gélida realidad, cuya piel de porcelana espero acaricie mi alma y que tome mi mano para viajar al alba.
Los suspiros se presentan en el crepúsculo, brindando el aliento a mis memorias, mi nave fue el sendero del famoso, cubierto por una alfombra escarlata a causa de una pugna de bandos y anhelo del mañana, el mismo que para ellos «jamás llegó».
En la primavera de este relato abundaba el aliento y el espíritu aventurero de la tripulación que en la embarcación se hallaba en aquella bella época, el meollo del quebranto se viste de gala, cubre las alas que me permitían volar, extraño las voces de mis camaradas, la luna rebosante en sus corazones llenos de júbilo.
Si miro hacia el norte, consigo atisbar el infinito horizonte, pero en el ya no estás.
Si miro al sur recuerdo mis huellas y los ríos carmesí, recuerdo el sonido que hacían las hojas de plata al chocar, el beso de las hojas cuyo origen se escudaba tras la avaricia y el anhelo de un mañana en común.
Miro al este y deseo estés a mi vera, el alba se hace nada si no lo veo en tu pestañeo al despertar, de que vale saber en qué creo, si lo único que veo es tu ausente silueta y no existe trago que me ayude a pasar el nudo en mi garganta, el mismo que desiste en responder a «tu último adiós».
Si miro al oeste me veo a mí, en un velero solitario recordando lo que viví, bebiendo litros de ron y exhortando a Poseidón, que los traiga de regreso o me regale la muerte a modo de absolución, pero en el reflejo de la mar veo mi sueño hacerse real.
Fuese un día de otoño, fuese un día de invierno o primavera, sin importar que sublime vea mi perfidia a la vida, cuando pensé en ser uno con el infinito mar, me apoyé en el borde y mis ojos danzaban en el vaivén de las olas y de repente la nada. Todo cesó, el mundo me regaló una pausa al parecer, el aura que acariciaba al océano y a mí se fue y el mar quedó en calma, sentí mi alma en paz mas, la imágen que vi en el mar, cambió radicalmente la expresión de mi faz.
Númen de mis letras, te veo a mi vera, siento a tu aliento en mi cuello, mis mejillas palpan tus besos, mis manos sienten las tuyas y mi cuerpo se estremece, más me aterra girar, en mi alma se construye el puente al corazón que brinda esperanza con un «te amo» el mismo que hace mucho quise escuchar de tus labios.
Cuando giré no había nada, tu silueta se desvaneció, el calor de tu cuerpo se fue, pero se quedó tu memoria, el último Tulipán hecho frase.
Pasaron seis atardeceres y la kenopsia me consumía, ver el velero vacío me causaba dolor, remordimiento e ira, no pude proteger a quienes tanto quería y la peor condena ha sido sobrevivir en el exilio, en la tierra o en el mar los recuerdo, paradoja maldita que me hunde en lo incierto, sentir mi cuerpo vivo y por dentro estar muerto.
Me dispuse a buscarte y conversar con tu recuerdo en el espejo marino, pero me dejó anonadado la serendipia, fui en busca de mi musa y encontré a los caídos con los que compartí vivencias y conquistas, sus sonrisas viendo mi ser me llenaron de júbilo, la talara que me ahogaba cesó, mi dolor pasó a segundo plano, mientras el rocío que de mis ojos germinaba, dibujaba un brillante camino dejando huellas en mi rostro, les expuse mi sentir, la culpa que me consumía, cual mariposa absorbiendo el polen de una flor, les suplique me perdonen los pecados cometidos y su respuesta provocó en mí, la kairoesclerosis y mi psicosis halló la calma.
Pude cantar con mis amigos y mi musa cuya ausencia era presencial mas su esencia parcial la sentía conmigo, entendí que tengo las puertas que brindan calma a los difuntos.
Soy el recuerdo de los olvidados.
Soy el grito de los silenciados, pues los nudos que atan sus memorias son parte de la historia ya vivida, viajo en el velero con el horizonte delante y la ventana del ayer bajo mis pies.
Pasan las estaciones y yo sigo aquí, recorriendo el mundo en la nave donde nací y donde pienso unirme a mi familia cruzando la puerta cuando sea mi momento, en estas hojas escribo los capítulos de mi vida, esperando cenar con la calma cuyo vestido negro la cubre de esta gélida realidad, cuya piel de porcelana espero acaricie mi alma y que tome mi mano para viajar al alba.
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