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Desde mis ojos

Antes que nada queria decir que esto no es una prosa como las que siempre suelo hacer, este es mi primer cuento y realmente me gusta la idea de hacer algo nuevo y espero que a las pocas personas que lean lo que escribo también guste de el.

Provengo de una camada de la cual solo sobrevivimos tres hermanos incluido yo, obviamente, éramos siete pero el destino no lo quiso así, no lo discuto, nunca entendí los azares de la vida y aunque tampoco estoy de acuerdo, es poco, por no decir nada hay que pueda hacer para oponerme. Mi madre me enseñó que la vida tiene planes muy interesantes y que lo altibajos siempre van a estar presentes, honestamente no lo entiendo ahora, pero supongo que con el tiempo lo haré.
Me llaman Jazz, soy el tercero de mi camada y el último en sobrevivir. Mis hermanos siempre me dejaban sin comida, porque me dormía con la música, eh ahí el origen de mi apodo, el mismo que después se hizo mi nombre y es que no era mi culpa sucumbir ante el ambedo que causaba esa bella música en mi ser, los cantos del saxofón eran tan relajantes y eróticos al mismo tiempo, los golpes de la batería iban al unísono con mis latidos y el baile que hace el pianista con los dedos es una invitación a la calma y en mi caso, a un éxtasis auditivo con propiedades somníferas. Mi parte del festín se hacía una brisa que sin prisa alguna piraba rumbo a las fauces de mis hermanos. Mi cuerpo se hizo lánguido, carente de vigorosidad, mis cantos eran susurros al lado de los de mis símiles y decidí partir en busca de algo mejor, de comida que me de vida y esperando que la vida me depare amor. Durante mi peregrinaje, al inicio apasionado y tan lento después, recorrí las calles de Lima, mis huellitas no se marcaban en la acera pero no importaba, de alguna manera tenía fe, caminé kilómetros de kilómetros y sentía como mi poca fuerza se alejaba, como yo, de mi lugar de origen, entre exhaladas exangües y la lengua mojada como sinónimo de sed, me desplomé.
Desperté en un cuarto cuyo gruñido causaba frío en la recámara, el lugar donde me hallaba era pequeño y solo habían barras para limitar mi libertad, aquella cárcel era la meca de la tristeza perruna, la sinfonía de aullidos melancólicos eran suficientes para defender mi verdad, había un aparato que los guardias solían ver para saber la hora de su partida, tenían un patrón, siempre que ese aparato gritaba, un hombre venía y se paseaba por los alrededores de aquella prisión canina, ese tipo tenía una forma peculiar de caminar, siempre hincaba su pie derecho al tercer paso y siempre se tropezaba con el mismo relieve a la hora de salir.
Al segundo grito del aparato llegaba un hombre de bata blanca, de mirada profunda y un semblante tosco, el hombre de caminar distinto lo llamó "Doctor Fin" el origen de este apodo era un misterio, pero oí conversar a dos hombres acerca de eso. Según lo que oí, le llamaban el "Doctor Fin" porque cada vez que el tipo llegaba, todo rastro de vida humana se hacía un recuerdo, sin embargo, con los animales él era diferente, era un ser amable, calmado, de voz y tacto melifluo. Cada cuatro gritos de aquel aparato que daba la hora el "Doctor Fin" nos daba de comer y eso se hizo un patrón que tomé 3 días en entender, las horas pasaban y todo era aburrido, frío y vacío. Al cuarto día, justo al cuarto grito, llegó mi turno, el "Doctor Fin" llegó a mi celda, vi mi oportunidad de huir, me abalancé sobre él y este cayó sentado y empezó a reírse, yo lo vi y le grite mis más sinceras disculpas, realmente no quería lastimarlo, mi único deseo era ser libre.
El camino era recto y de color grisáceo, las paredes estaban llenas de dibujos de canes que pese a los colores vivos que estos tenían, carecían de vida, pues no reflejaban la realidad en sus trazos, las puertas metálicas presagiaban mi fracaso y para empeorar las cosas me rodearon tres guardias. No tenía muchas opciones más que la confrontación, me defendía cómo podía entre zarpazos y mordiscos, giraba en mi propio eje para que nadie pudiera sorprenderme, pese a eso, uno logró cargarme y me estaba llevando al cuarto previo, donde decía sobre la puerta "cuarto de sueño" ya me estaba resignando a ser encerrado nuevamente y posiblemente a morir y de pronto sentí algo que impactó el cuerpo de mi raptor, sus brazos me soltaron y después de unos segundos el cuerpo se arrodilló y se fue de cara contra el suelo, trataba de entender que estaba pasando, hasta que un líquido cálido de color rojizo empezó a mojar mis patitas, a lo lejos pude ver al "Doctor Fin" haciéndome una señal con su mano, no entendía que significaba eso así que solo opté por correr y él venía detrás de mí, llegué a la puerta donde me capturaron y el "Doctor Fin" sacó un cuadrado delgado y estirado, no sabía que era eso pero hubo algo que me sorprendió ¡Había un hombre igual a él en ese cuadrado, pero en miniatura! Este pasó el aparato entre una especie de cerradura, se oyó un ruido, se encendió una luz y la puerta se abrió. Él se arrodilló y me dijo con una voz dulce "se libre". Me sentía feliz, por fin alguien en quien poder confiar, mi emoción era notoria, movía mi cola y empecé a brincar, pero la vida es injusta, acabó con mi felicidad en un segundo cuando vi al "Doctor Fin" escupir el mismo líquido rojo por la boca y vi de su pecho salir una punta plateada, manchada de la misma sustancia carmesí, me llené de odio, una ira incontrolable germinó en mí y me abalancé sobre el hombre que sostenía aquella punta que salía del pecho de mi amigo, no le di tiempo a reaccionar, lo mordí sin control, lo llene de arañazos y lo hice caer, solo me detuve cuando este dejó de moverse, me acerqué a mi amigo y empecé a llorar, le gritaba, le besaba el rostro, trataba de moverlo con la esperanza de que se levantara y se fuera conmigo para bailar al ritmo de mi nombre, pero no fue así, solo vi cómo me miraba, sus ojos se cerraban lentamente y con ellos las puertas de la vida y estiró su mano por última vez. Empecé a aullar odiando mi debilidad, por la impotencia de no haber podido evitar que algo le pasara, pude ver que la punta plateada y poluta seguía erguida y no lo pensé dos veces, me eché sobre ella, sentí ese metal entrar a mi pecho, ahí fue cuando entendí que aquella esencia rojiza era sangre y en este caso la mía, empecé a sentir frío, miedo, dolor, los recuerdos de mi corta vida perruna pasaban ante mis ojos, pero nada de eso importaba, el "Doctor Fin" había puesto fin a su vida y no quería mi fin sea sin él.

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